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domingo, 18 de diciembre de 2016

LA CALLE SIERPES (I): EL ORIGEN DEL NOMBRE


El origen de esta calle lo encontramos en la construcción de viviendas junto a la trayectoria de uno de los brazos del río Guadalquivir, que desde la Alameda de Hércules, bajando por Amor de Dios y la Campana, transitaba por esta lugar, camino de su desembocadura al río por el Arenal, tras recorrer lo que hoy es la Plaza de San Francisco, la Avenida de la Constitución y García de Vinuesa. 

El primer nombre conocido es el de la calle de los Espaderos, ya que eran artesanos de este oficio los que la ocupaban con sus talleres y que además era allí donde tenían su hospital y hermandad

Ya desde el siglo XIII se le conoce con el nombre de La Sierpe. A finales del siglo XVIII, pasa a llamarse de Las Sierpes y en la segunda mitad de siglo XIX pierde el artículo y pasa a llamarse tal y como hoy la conocemos.



De el orígen de su nombre no se tiene claro, pero existen cuatro versiones que la explicarían. Una de ella es una leyenda y las otras tres mas o menos documentadas por historiadores y escritores a lo largo del tiempo

Empezaré por la leyenda, que dice así:

"A finales del siglo XV, cuando aún no había terminado la Reconquista, Sevilla era el lugar de paso para las tropas que se dirigían al reino de  Granada. Se trataba de una frontera insegura, la cuál permitía infiltrarse fácilmente a individuos armados y merodeadores. En muchas ciudades, y por supuesto en Sevilla, había barrios de personas descontentas que siempre estaban dispuestos a fomentar la revuelta. Para agravar más la situación, los nobles españoles estaban divididos en bandos, todos hostiles al poder real que intentaba disminuir sus privilegios para fortalecer la autoridad de la Corona.

Por aquel entonces comenzaron a ocurrir en Sevilla siniestros sucesos... Con frecuencia faltaban niños. Unas veces desaparecían en la noche de sus casas, robados de sus propias cunas; otras veces desaparecían al atardecer, sin regresar de sus juegos a sus casas, sin que jamás se volviera a saber de ellos


Cundió la alarma en la ciudad con mil rumores. Unos decían que los niños eran robados por judíos para sacrílegas parodias de la crucifixión de Cristo; otros aseguraban que los niños eran robados por bandidos moros a los palacios del rey de Granada para convertirlos en esclavos; otros, que más bien eran piratas turcos que remontaban el Guadalquivir en barcas, entraban en la ciudad disfrazados de mercaderes para llevarse los niños y venderlos en los mercados del Gran Sultán de Constantinopla




Pero cierto día un hombre se presentó en casa de Don Alonso de Cárdenas, que por aquel entonces regentaba la ciudad. Aquel hombre no quiso mostrar su rostro ni decir su nombre. Venía a hablar del asunto de los robos de los niños que tan acongojada tenía a la ciudad. 

Don Alonso le preguntó que si sabía de quién o quiénes eran los autores, y que se le ayudaba a prenderlos los haría quemar a fuego lento en el campo de Tablada o los manadaría a descuartizar entre cuatro caballos en la plaza de San Francisco. El hombre le preguntó que cuál sería su recompensa si le ayudase a terminar con aquel grave asunto. Don Alonso le dijo que el premio sería lo que el quisiera; el hombre pidió su libertad pero como  no se fiaba de las promesas de Don Alonso, pidió un compromiso por escrito ante un escribano y Don Alonso aceptó. Delante del escribano  explicó que era un preso fugitivo, que se había escapado de los calabozos de la cárcel a través de las antiguas cloacas, y fue intentando huir por aquellos laberintos estrechos cuando encontró a quien robaba los niños. 


Don Alonso firmó el escrito en el que se redactaba que perdonaba de sus delitos y liberaba a este hombre, Melchor de Quintana y Argüeso, bachiller en Letras por los Estudios de Osuna, tercera Universidad de España. Melchor le dijo que no sólo le diría quién era el autor de los secuestros sino que le llevaría hasta él, ya que ñlo había matado hacia dos días. Se dirigieron entonces a la calle Entrecárceles y entraron en el caserón de la cácel Real, llegaron al calabozo dónde había estado encarcelado Melchor y se bajaron por las cloacas hasta llegar a un lugar dónde se cruzaban varias galerias. Fue entonces cuando Melchor dijo: " Ahí tenéis al ladrón y matador de niños". Y levantando la antorcha para iluminar mostró a los acompañantes el cuerpo de un monstruoso animal, que en un principio parecía un cocodrilo o un dragón pero que finalmente reconocieron como una gran serpiente, de temible aspecto. Uno de los alguaciles armados reconoció  la galeria y afirmó que en efecto era aquella gran bestia la que robaba a los niños saliendo por otras cloacas al interior de las casas pués había visto por el suelo algunos restos infantiles. Don Alonso se dirigió a Melchor y le dijo que era libre, que podía marchar a donde quisiera pero que pasara antes por la Casa Consistorial dónde le darían algún empleo si quisiera quedarse en Sevilla o dinero para que volviera a su pueblo si así lo deseaba.





Don Alonso ordenó que el disforme "cuerpo de la Sierpe" fuera sacado de aquella galería y fuera expuesto en la calle de Espaderos. A fuerza de repetir el relato de lo sucedido a esta calle se le empezó a llamar " La calle de la Sierpe", borrándose así la memoria del nombre que antes tenía, Espaderos

Según la leyenda Melchor Quintana se quedó en Sevilla ocupando un puesto honroso y que  las mujeres siempre lo veían como el hombre valiente además de poeta. Se casó con una hija del mismo Alonso de Cárdenas".


Tradiciones y Leyendas sevillanas. José María de Mena

Pero la primera versión documentada del orígen del nombre, se lo encontramos a Luis Peraza, en su obra del siglo XVI "Historia de Sevilla". En él cuenta que a mediados de la calle, existía un mesón y que junto a la barra, colgando, había una quijada de Serpientes y es de ahí de donde toma su nombre.


Algunos historiadores del S. XIX afirman que su nombre es tomado por Alvaro Gil Serpientes, caballero que en ella vivió tras la reconquista de la ciudad. Sin embargo estos apellidos no aparecen en el "Libro de Repartimiento" de la viviendas tras la reconquista.




La última versión es la que diera Próspero Merimée en el siglo XIX en el que lo relaciona metafóricamente con las vueltas, a manera de serpiente, tiene la calle. Se cree que ésta es la versión real y es la que ha sobrevivido hasta nuestros días.





viernes, 9 de diciembre de 2016

EL SEPULCRO DE COLON

Colón fallece en Valladolid el 20 de Mayo de 1506. Su muerte le pilla allí, ya que seguía a la Corte itinerante de Fernando el Católico. Su funeral se celebró en la Iglesia de la Antigua de Valladolíd y sus restos fueron depositados en el convento de San Francisco.

Su hijo Diego mandó a trasladar los restos  al Monasterio de Santa María de las Cuevas, de Sevilla, también conocido como El Monasterio de la Cartuja. Juan Antonio Colón, primo y mayordomo de Cristobal, se encarga del traslado, entregado a la comunidad de cartuja de Sevilla el 11 de Abril de 1509.

Está documentado que los restos de Cristobal Colón viajaron a Santo Domingo, República Dominicana. Un primer testimonio lo encontramos a Fray Bartolomé de las Cassas, en su obra Historia de las Indias en el año 1561. También constata el traslado a Santo Domingo Diego Ortiz de Zúñiga en su obra Anales. 

Una primera hipotesis de la fecha de su traslado se barajó allá por el 1536, dada por el historiador del S. XIX Antonio López Prieto en la que narra como fue llevado en Carabela a Santo Domingo. Con esta fecha coincide un documento del monasterio en la que testifica que se hae entrega de los restos para su traslado. En este caso la palabra entrega no es sinonimo de salida, ya que se tiene prueba de que esta no se produjera hasta años después.




Aunque no esta documentada con exactitud la fecha exacta que ocurriera, dos son las pruebas que hace pensar que fuera a posteriori del año 1536. Primera que la Catedral de Santo Domingo se terminara su construcción en 1540 y la segunda la Cedulas Reales de Carlos V fechadas en 1537, 1539 y 1540 donde se autorizaba a enterrar en la Catedral los restos de Cristobal Colón y su hijo Diego. El reclamo para tal acción la reliza Doña María de Toledo, viuda de Diego de Colón, como virreina, prima de Fernando el Católico, sobrina de del duque de Alba, hija del comendador mayor de León y benefactora de la Catedral.

Se da como fecha probable de su llegada a Santo Domingo, el 9 de Septiembre de 1544, puesto que es la fecha cuando llega una flota desde Sanlúcar de Barrameda, donde viajaba la virreina, Doña María de Toledo con los restos de su esposo Diego de Colón que falleciera en la Puebla de Montalbán (Toledo), un 23 de Febrero de 1526

Como podemos comprobar no está constatado la fecha exacta de su traslado, pero sí que viajara a Santo Domingo y permaneciera allí hasta su nuevo traslado a la Habana en 1795.

Después de varios años de guerra con Francia, la llamada guerra de Convención, de Rosellón o de los Pirineos, donde Carlos IV salió mal parado, con la ocupación por las tropas Francesas de territorios del norte de Cataluña y País Vasco, el 22 de Julio de 1795 se firma el tratado de Basilea para la Paz. Con este tratado se liberaba los territorios ocupados en suelo de la península a cambio de la cesión a Francia de los territorios de la Isla de la Española.

Estos hechos ocurren siendo Fray Fernando Portillo y Torres arzobispo de Santo Domingo. Se prepara la isla para la entrega a los franceses y Fray Fernando Portillo considera como una de las tareas mas importantes, el traslado de los restos de Cristobal Colón a la Habana.

Los restos mortales fueron trasladado, llegando a la Habana el 5 de Enero de 1796, donde se le hace entrega a D. Felipe de Trespalacios, obispo de la Habana, quedando depositado en la Caledral.



Tras la independencia de Cuba en 1898, los restos mortales de Cristobal Colón sufriría un nuevo traslado. Con ello se abrió un nuevo debate de donde debería ser llevados, proponiéndose como posibles destinos la Rábida en Huelva, junto al sepulcro de los Reyes Católicos en Granada, en la Mezquita de Córdoba o en el Panteón de los Marinos Ilustres en San Fernando, Cádiz. Fue el descendiente de Colón, el duque de Veragua, quién al final decide que los restos de Colón debería reposar en la Catedral de Sevilla, en el sepulcro que Arturo Mélida realizó para albergar los restos y que en un principio permaneció en la Habana, trasladándose a Sevilla junto a los restos.

 El sepulcro está formado en su base por un plinto de mármol sobre los que se apoyan cuatros heraldos, en representación de los cuatros reinos existentes, el reino de Castilla, León, Aragón y Navarra que sujetan el féretro destinado a guardar los restos de Colón.

En el 2002 la Universidad de Granada y tutelado por el genetista D. José Antonio Lorente Acosta, contastó que los restos que se encuentran en la Catedral de Sevilla son de Cristobal Colón. El estudio lo realiza obteniendo ADN de los restos y comparándolos con el de su hermano e hijo.